En las afueras de Västeras, una apacible ciudad sueca, se alza la majestuosa iglesia ortodoxa rusa de Nuestra Señora de Kazán, financiada por Rosatom y ubicada a escasos metros del aeropuerto local, una infraestructura de uso civil y militar. Aunque su apariencia espíritual podría pasar desapercibida, las autoridades suecas consideran que esta parroquia forma parte de una estrategia de influencia y espionaje ruso.
Rodeada de cámaras, vallas y señales de advertencia, la iglesia fue señalada en 2023 como «amenaza para la seguridad nacional» por el servicio de inteligencia sueco (Säpo), junto con el resto de las delegaciones de la Iglesia Ortodoxa Rusa en el país. Su cúpula fue construida con una altura mayor a la permitida, alimentando sospechas sobre su posible uso como punto de vigilancia del aeropuerto.
El sacerdote a cargo, Pavel Makarenko, exempresario investigado por operaciones dudosas y condecorado por el SVR (servicio de inteligencia exterior ruso), alimenta las sospechas. Aunque niega vínculos con el espionaje, su perfil ha despertado alarma entre autoridades y expertos en seguridad.
La iglesia ha mantenido una postura ambigua frente a la invasión rusa en Ucrania, evitando condenar al patriarca Kirill y alegando neutralidad religiosa. Sin embargo, en 2023 perdió su financiamiento público al incumplir criterios democráticos, según la Agencia Sueca de Apoyo a las Comunidades Religiosas.
La situación no es aislada. En Estocolmo, el sacerdote Ángel, opuesto al nacionalismo religioso de Moscú, resistió un intento de toma del control por parte de fieles pro-Kirill. Casos similares se repiten en otras ciudades como Marma, donde el mismo Makarenko intentó apropiarse de una iglesia cercana a un campo militar.
Para analistas como Patrik Oksanen, estas iglesias representan uno de los últimos instrumentos del Kremlin aún libres de sanciones, y son difíciles de controlar sin afectar la libertad religiosa. La mayoría de fieles, subrayan los expertos, no tienen relación con la política rusa. Pero la presencia del Patriarcado de Moscú en puntos estratégicos, con respaldo estatal y vínculos con agentes de inteligencia, plantea serias preocupaciones sobre el uso de lo espiritual como fachada para la influencia geopolítica.