Los recientes ataques a instalaciones nucleares y militares en Irán podrían tener consecuencias ecológicas de largo plazo. Aún no se conoce el alcance real de los daños, pero los riesgos para la salud y el medio ambiente son considerables.
Durante los doce días de conflicto, se reportaron múltiples bombardeos sobre instalaciones clave como Fordo, Isfahán y Natanz. Solo el 22 de junio de 2025 cayeron 14 bombas antibúnker de más de 13 toneladas y 30 misiles de crucero Tomahawk. Según la experta Gaukhar Kukhatzhanova, del Centro de Desarme y No Proliferación de Viena, el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) aún no ha podido evaluar el daño total, especialmente en las instalaciones subterráneas.
Aunque las imágenes satelitales revelan algunos daños, no se tiene acceso físico a los sitios, lo que impide verificar posibles fugas de sustancias peligrosas como el hexafluoruro de uranio (UF₆), altamente reactivo. Se teme que miles de centrifugadoras hayan resultado afectadas por cortes de energía, lo que podría haber generado contaminación química o radiactiva.
Contaminación invisible y prolongada
“El mayor problema es lo que no sabemos”, advierte Rozbeh Eskandari, experto ambiental iraní residente en Canadá. En diálogo con DW, señaló que las autoridades iraníes no han informado a la población sobre los riesgos, ni siquiera a quienes viven cerca de las zonas atacadas.
Eskandari recordó también la explosión ocurrida en abril en el puerto de Bandar Abbas, que liberó grandes cantidades de hollín, óxidos de nitrógeno y dióxido de azufre, empeorando la calidad del aire. Nubes de humo similares se vieron tras los recientes ataques israelíes. Según el especialista, estas emisiones contaminan el suelo, reducen su fertilidad y dificultan la regeneración natural durante décadas.
Lecciones no aprendidas: la herencia tóxica de la guerra Irán-Irak
Los impactos medioambientales de la guerra no son nuevos para Irán. Durante el conflicto con Irak (1980-1988), provincias como Juzestán, Ilam y Kermanshah sufrieron bombardeos intensivos. En Juzestán, las refinerías y fábricas fueron blanco habitual, liberando residuos tóxicos y metales pesados. Muchos campos agrícolas quedaron inutilizables, y estudios locales reportan altos índices de cáncer y enfermedades respiratorias.
Sumado a décadas de mala gestión ambiental y al avance del cambio climático, estas condiciones han provocado consecuencias sociales severas. Juzestán, una región con antiguas ciudades como Shush y Shushtar —esta última Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO— registra hoy la mayor tasa de emigración de todo el país.
Las guerras dejan cicatrices visibles en la infraestructura, pero las heridas ecológicas —silenciosas y persistentes— pueden durar generaciones.